En la peluquería | |||
Al peluquero Pedro le llamó la atención ver que su cliente Juan, un hombre de edad madura al que nunca había visto en su establecimiento, tomaba un ejemplar de la revista Playboy para leer mientras él le cortaba el pelo. Más aún le incomodó advertir que el hombre ni siquiera respondía a sus intentos de entablar conversación, ocupado como estaba en contemplar las figuras femeninas que venían en las páginas de la revista. Se volvió el peluquero a tomar un peine, y cuando regresó junto a su cliente se dio cuenta, indignado, de que éste había metido las manos bajo la sábana, y con ellas estaba haciendo movimientos sospechosos. Ya no se pudo contener. Cogió la tabla en la que sentaba a los niños, y con toda su fuerza la descargó en el sitio preciso donde el sujeto tenía las manos. - ¡Viejo cochino!¡A mi peluquería no viene usted a hacer esas cosas! -¡Ay, maestro! - exclamó con pesadumbre el pobre hombre-. ¡Ya me quebró usted los lentes que estaba limpiando! | |||
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